Bacterias para combatir la obesidad, psiquiatria.com
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Los últimos hallazgos en una prometedora línea de investigación sobre las posibilidades biotecnológicas del tipo de bacterias beneficiosas conocido como probióticos, hace pensar que un probiótico capaz de impedir que las personas ganen kilos de más puede estar muy cerca de obtenerse.
Las bacterias que han atraído la atención del equipo de Sean Davies, Zhongyi Chen y Lilu Guo, de la Universidad Vanderbilt, en Nashville, Tennessee, Estados Unidos, son capaces de generar en el intestino, que es donde viven, un compuesto terapéutico que impide el aumento de peso, la resistencia a la insulina y otros efectos adversos provocados por seguir habitualmente una dieta alta en grasas, por lo menos en el caso de los ratones sobre los que se ha hecho el estudio reciente.
El equipo comenzó por buscar una variedad bacteriana segura que colonizase el intestino humano. Seleccionaron la E. coli Nissle 1917, que ha sido utilizada como tratamiento probiótico para la diarrea desde su descubrimiento hace casi 100 años.
Modificaron genéticamente la citada cepa E. coli Nissle para hacerla producir un compuesto lípido llamado NAPE, que normalmente es sintetizado en el intestino delgado en respuesta a la comida. NAPE se convierte rápidamente en NAE, un compuesto que reduce tanto la ingestión de comida como la ganancia de peso. Algunas evidencias sugieren que la producción de NAPE podría estar mermada en individuos que siguen habitualmente una dieta rica en grasas.
Los investigadores añadieron esas bacterias modificadas productoras de NAPE al agua que bebían ratones con una dieta rica en grasas durante ocho semanas. Los ratones que recibieron las bacterias modificadas ingirieron menos comida, acumularon mucha menos grasa corporal, y experimentaron una incidencia mucho menor de resistencia a la insulina y de hígado graso que los ratones del grupo de control, quienes recibieron bacterias intestinales comunes.
Davies y sus colegas constataron que estos efectos protectores persistían durante al menos cuatro semanas después de que se retiraran del agua las bacterias que producían NAPE. E incluso 12 semanas después de esta retirada, los ratones tratados tenían aún un peso corporal y una grasa corporal mucho más bajos que los ratones del grupo de control. Sin embargo, las bacterias activas no duraban más allá de seis semanas.
La meta que se pretende alcanzar es, obviamente, aplicar el tratamiento y que sus efectos sean permanentes, es decir que tras la primera implantación de bacterias de ese tipo ya no se requiera volver a administrarlas. Aún así, esta potencial vía terapéutica resulta muy atractiva.