El estrés acortaría los telómeros, lo que produciría científicamente comprobado nuestro deterioro genético y celular, esto podría indicar la vulnerabilidad a las enfermedades.
Por lo común, cuando pensamos en el ADN que compone nuestros cromosomas, solemos centrarnos en los genes. Mas, en el extremo de cada uno de los cromosomas del organismo humano se encuentran largas cadenas de ADN repetitivo, los telómeros, que actúan a modo de capuchón protector. Al envejecer, estas regiones de ADN no codificante se van acortando. En estudios recientes se ha observado que el dolor crónico y la ansiedad fóbica se encuentran en correlación con el acortamiento de los telómeros, lo cual sugiere que quienes padecen dichos trastornos envejecen de forma prematura. El hallazgo también apunta hacia posibles soluciones para invertir este proceso.
Los telómeros van acortándose de manera natural con el paso del tiempo, ya que cada vez que una célula se divide, una porción de telómero no se replica. No obstante, la longitud del telómero puede sufrir reducciones a causa de factores estresantes: depresiones, traumatismos físicos o psíquicos e incluso la obesidad. Un trabajo reciente de la Universidad Harvard ha incluido en esa lista a la ansiedad. Según dicho artículo, publicado en PLOS ONE, las personas con elevada ansiedad fóbica (caso del pánico incontrolable o la agorafobia) presentaban telómeros más cortos.
En investigaciones anteriores ya se había observado el acortamiento de los telómeros en diferentes patologías, entre ellas, distintos tipos de cáncer, cardiopatías coronarias, hipertensión, diabetes y artritis. Los telómeros, pues, revelan la exposición al estrés acumulada por un individuo y su capacidad para superar ese estado. Es decir, proporcionan una medida de la edad biológica, más que de la cronológica. En opinión de Afton Hassett, investigadora principal del Centro de Investigación del Dolor y la Fatiga Crónica de la Universidad de Michigan: «El acortamiento acelerado de los telómeros puede indicar vulnerabilidad a las enfermedades, al envejecimiento prematuro, e incluso la muerte».
Según un estudio publicado en octubre de 2012 en el Journal of Pain, y del que Hassett es coautora, los grados más elevados de dolor crónico en mujeres con fibromialgia se hallaban en estrecha correlación con telómeros de poca longitud. Además, las participantes con telómeros más cortos acusaban mayor sensibilidad al dolor y menor volumen de materia gris en las áreas cerebrales que procesan el dolor. Las pacientes de fibromialgia con fuertes sensaciones de dolor y depresión presentaban telómeros que parecían ser unos seis años más viejos que los de las pacientes con menos síntomas de dolor o de trastorno depresivo.
Se ignora si el estrés que supone vivir con dolor crónico es la causa del acortamiento de los telómeros, o si la reducción de estos últimos, provocado por otros motivos, ha aumentado la sensibilidad de las participantes al dolor. «Tenemos la impresión de que, probablemente, se dan ambas posibilidades», explica Hassett. «En uno u otro caso, nuestros hallazgos llevan a conjeturar que el dolor crónico es un trastorno más grave de lo que a menudo se supone, y que sus consecuencias se extienden hasta la salud y la longevidad».
Felizmente, los hallazgos de otros numerosos estudios sugieren formas para prevenir o reducir el acortamiento prematuro de los telómeros. Entre ellas, evitar el estrés crónico y el agotamiento laboral, llevar una alimentación más saludable (según un estudio de diciembre de 2012, la dieta mediterránea es preventiva), reducir al mínimo la exposición a la contaminación atmosférica, practicar ejercicio con regularidad, moderar el consumo de alcohol y afrontar las situaciones estresantes como retos, no como amenazas.